Gotas de Felicidad desde el Lago de Bolsena

Te inspiro a crear recuerdos memorables que puedas atesorar para siempre

Una Cometa en el Cielo

Una Cometa en el Cielo

Con nuestro pelo despeinado por las ráfagas de viento, frente al lago ondulante y las garzas luchando por volar, mi hermana y yo estábamos buscando el lugar perfecto para lanzar nuestra cometa.

Los árboles dejaban caer sus últimas hojas y las olas se estrellaban contra las rocas, transformándose en un billón de gotitas que volaban por los aires. En nuestros corazones, ya nos habíamos dado cuenta de que no era el día adecuado para revivir nuestros juegos de la infancia. Pero el sol brillaba tanto que volver a casa nos parecía un pecado mortal, así que decidimos intentarlo de todos modos.

Cuando éramos niñas y todavía vivíamos en la ciudad, no veíamos la hora que llegara el fin de semana para escapar al campo, visitar a nuestra abuela, comer verduras recién cosechadas y jugar con nuestros primos. Pero si el día era ventoso, la diversión se duplicaba porque salíamos todos juntos a hacer volar cometas, las cuales, con su baile armonioso en el cielo, alegraban nuestras reuniones familiares después del almuerzo.

Hechas a mano por papá y el tío Gabriel usando palos de mimbre, pegamento casero y papel de colores con dos grandes ojos dibujados en ellos, nuestras cometas hechas en casa tenían solo una cuerda porque de esa manera, como decía papá, eran más libres de volar en el cielo y realizar sus acrobacias favoritas.

Eran días verdaderamente encantadores en los que podíamos maravillarnos de tener en nuestras manos una cuerda movida por el viento y compartir nuestros sueños con las nubes.

Recuerdo con cariño las colas de las cometas balanceándose en el aire, su súbito descenso y ascenso, los baches, y la cuerda ocasionalmente atrapada en algunos arbustos. Todavía puedo oír nuestra risa, sentir la alegría de las cometas mostrando sus colores en el cielo, mirándonos desde arriba, orgullosas y brillando bajo la luz del sol, confiando su destino a los caprichos del viento.

Para despegar, necesitaba la ayuda de papá que comenzaba a correr en dirección del viento con una mano hacia arriba, agarrando la cometa, y con la otra sosteniendo el carrete con la cuerda. Paciente y decidido, moviéndose rápidamente con la mirada fija hacia arriba, no se detendría hasta que la cometa se elevara graciosamente en el éter, y nosotras, entre aplausos y gritos de alegría, nos dejabamos cautivar por ese misterioso objeto que podía volar aunque no tuviera alas.

Solo había pureza en esos juegos infantiles, cuando con un pedazo de papel y un par de palos, podías comunicarte con el cielo, preguntándote ocasionalmente si esa distante cometa tenía miedo de caer.

Eterna y aventurera se elevaba al vacío mientras la observábamos sumergiéndonos en su vuelo impredecible, agarrando la cuerda que servía de puente entre la tierra y el infinito.

Tía Gilda a menudo nos decía que las cometas, una vez liberadas, cobraban vida propia. «En las cálidas noches de verano, aún mejor a la luz de la luna, si las dejas ir y desaparecen completamente de la vista, cuando descienden, en su lugar encontrarás una estrella«, siempre nos contaba, y nosotras le creíamos. Todavía lo creemos.

Perdida en ese mar de recuerdos, hermosos y tranquilizadores como los besos de las buenas noches de una madre, sentada en el pasto con una infusión de hierbas en el termo, noté que el viento se había calmado y vi la silueta de mi hermana en la distancia corriendo y gritando alegremente en la arena como si todavía fuera una niña pequeña: «¡Pide un deseo! ¡Nuestra cometa ha alcanzado el sol!«

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